
El Espíritu de la Penitencia

¡Y por qué lo necesitamos!
Si alguna vez quiere detener una conversación hoy, todo lo que necesita hacer es decir estas palabras: "penitencia y mortificación". Como por algún hechizo mágico, después de pronunciar esas dos palabras, uno puede escuchar caer un alfiler. ¿Por qué es esto?
Si bien es cierto que queremos evitar el dolor físico de la penitencia, que es una realidad, la humanidad tiende a estar en contra de la penitencia por el principio detrás de ella. Es decir, el reconocimiento del hecho de que el hombre es pecador. El pecador debe reparar con el sufrimiento en proporción al deleite que no debió tener pero tuvo porque el pecado es un insulto a la justicia y majestad divinas.
La penitencia es, pues, una especie de restitución. Así como un ladrón que roba dinero está obligado a devolverlo, también desde el punto de vista de los designios de la Divina Providencia, el pecador que roba placeres ilícitos a los que no tiene derecho también debe devolver algo. Según la balanza de la justicia divina, esto se hace sufriendo en proporción al daño que se ha hecho. En el acto de penitencia encontramos un reconocimiento del pecado, de la gravedad del pecado y de la majestad ofendida de Dios. Nos damos cuenta de que nuestra ofensa no se puede apaciguar con palabras e ideas vacías, sino con autocontrol y sufrimiento autoimpuesto en reparación por lo que se hizo.
Más importante aún, la penitencia recuerda que estamos concebidos en el Pecado Original y, por lo tanto, tenemos instintos desordenados que deben ser superados y combatidos. Aun cuando no haya culpa nuestra, muchas veces es aconsejable, y muchas veces indispensable, aplastar los impulsos de estos sentidos desordenados haciendo algo que quebrante las ansias de la carne y así practicar la penitencia. No hay nada más opuesto a la mentalidad moderna que la idea de que el hombre es débil, inclinado al mal y debe luchar contra sus instintos y sentidos.
Ver cualquier película moderna, abrir cualquier novela o romance o entrar en cualquier lugar público y vemos que la idea de la penitencia está muy lejos. El orgullo humano, incluso más que la sensualidad, se rebela contra la penitencia.
Una de las características de un verdadero contrarrevolucionario es precisamente poseer el espíritu de penitencia. Este espíritu es aún más precioso que los mismos actos de penitencia. Tomemos, por ejemplo, un hermano laico en una orden religiosa, que usa un cilicio penitencial porque la regla de su orden lo prescribe. Acepta esta penitencia por defecto, y con el tiempo se acostumbra a ella.
Si este hermano lego no tiene una noción clara de lo que es realmente la penitencia, corre el riesgo de extraviarse. En realidad, practica menos la penitencia que un laico que no puede llevar cilicio pero que, sin embargo, tiene este espíritu de penitencia. Dios quiere que tengamos el espíritu correcto, los principios, las ideas de penitencia y no solo los actos concretos. Cuando la penitencia se hace con el debido espíritu, castiga sobre todo nuestro orgullo y nos hace inclinarnos ante la realidad de la miseria humana en general y también de nuestra miseria individual.
El cilicio y otros dispositivos similares en la Iglesia son tesoros preciosos. Sin embargo, son especialmente valiosos cuando se utilizan como elemento para recordar una actitud de desconfianza en uno mismo y de lucha contra uno mismo. Este espíritu de penitencia caracteriza al contrarrevolucionario y provoca repugnancia en el revolucionario.
Nota: El texto anterior está tomado de una conferencia informal del profesor Plinio Corrêa de Oliveira el 23 de febrero de 1964. Ha sido traducido y adaptado para su publicación sin su revisión. –Editor
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