
En peregrinaje dentro de una mirada

Meditación sobre la milagrosa Estatua de la Virgen Peregrina Internacional
No conozco semblante igual a éste. Movido por un hábito empedernido de observarlo todo, lo contemplo para luego comprenderlo. Cuando fijo mis ojos en ese rostro, de repente percibo que estoy entrando en él.
Sí, su singular expresión emana del rostro y sobre todo de los ojos. Envuelto en el ambiente que crea, me siento invitado a adentrarme en su mirada.
¡Qué mirada! Ningún otro es tan tranquilo, franco, puro o acogedor. En ningún otro se puede penetrar con tanta facilidad. Ningún otro tiene una profundidad tan insondable o grandes horizontes. Cuanto más se penetra en esta mirada, más se siente atraído hacia una inefable cumbre interior y sublime.
¿Qué cumbre? Un estado del alma que estaría tentado a describir como lleno de paradojas si la palabra “paradoja” no se usara tan mal hoy y, por lo tanto, pareciera una falta de respeto.
Los escolásticos dicen que toda perfección resulta del equilibrio de opuestos armoniosos. No hablo, pues, de un precario equilibrio entre flagrantes contradicciones por el que nuestro mundo contemporáneo pretende mantener una pobre paz manchada y vacilante a costa de tantas vergonzosas concesiones. No, esta es una armonía suprema de todas las formas del bien.
En el fondo de esta mirada veo surgir precisamente una cima donde se encuentran todas las perfecciones. Es un pico incomparablemente más alto que las columnas que sostienen el firmamento. Es una cima donde una regla cristalina, categórica e irresistible excluye toda forma de mal, por leve o pequeño que sea.
Uno podría pasar toda una vida dentro de esa mirada, sin llegar nunca a la cima de ese pico. Sin embargo, no es un esfuerzo inútil. Dentro de esa mirada uno no camina, sino que vuela. No se es turista sino peregrino.
Aunque el peregrino nunca puede alcanzar la altura de esa montaña sagrada, la suma de toda la perfección creada, la ve con una claridad cada vez mayor cuanto más vuela hacia ella.
Sobre la peregrinación en la mirada de Nuestra Señora de Fátima
En esta peregrinación del alma, el peregrino vuela hacia una mirada que no sólo lo envuelve sino que lo penetra. Cerrando los ojos, percibe una luz en lo más profundo de su ser.
La mirada es el alma del rostro. ¡Es un semblante impresionante! El tonto podría considerarlo inexpresivo. Para un observador hábil, es mayor que la Historia porque toca la eternidad; mayor que el universo porque refleja el infinito.
La frente parece contener pensamientos que, comenzando por un pesebre y terminando por una Cruz, abarcan todos los acontecimientos humanos.
Las líneas de todo el rostro y la nariz poseen un encanto “más hermoso que la belleza”. Como escribió un poeta, son labios silenciosos que sin embargo dicen todo en cada momento. Aparecen para alabar a Dios en la unicidad de cada criatura, suplicando a Dios que se apiade de cada dolor y miseria como si hubiera sufrido por cada uno de ellos. Estos labios tienen una elocuencia que reduce las oraciones de Demóstenes o Cicerón a balbuceos. ¿Qué se puede decir de la piel aparte de que es blanca como la nieve? Esta descripción dice todo y nada. Para describirlo, habría que imaginar un nevado que reflejase profundamente, con infinita discreción, todos los matices del arco iris, que inspiraría a su vez al alma que lo contemplara con todas las maravillas de la pureza.
Sí, peregrinaba dentro de esta mirada tan llena de sorpresas. Sin embargo, inesperadamente siento que su mirada también peregrinaba dentro de mí. La suya fue una peregrinación pobre y misericordiosa, no de esplendor en esplendor, sino de necesidad en necesidad, de miseria en miseria. Si me abro a ella, me ofrecerá remedio para mis defectos, ayuda contra todo obstáculo y esperanza para toda aflicción.
Esta estatua es una estatua de madera sin ningún valor artístico especial como tantas otras. Y sin embargo, no hay más que fijar los ojos en esta estatua para ver que, sin moverse ni la menor transformación física, se vuelve brillante con todos estos esplendores. No sé cómo sucede esto. Sin embargo, si el lector quiere, que mire y vea…
Yo insisto. Si creéis en la descripción que os he hecho, os invito a mi vez a realizar esta magnífica peregrinación bajo la mirada de la Virgen. Si no crees, mira y verás. No podría ofrecer una mejor invitación…
Le pido por ti. Ruego por la Santa Iglesia atribulada y atormentada como nunca antes.
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