La Virtud Angélica: Santa Gemma Galgani

FIESTA 11 DE ABRIL

La castidad practicada en su perfección hace que el hombre viva en la carne mortal una vida espiritual que es como el preludio de la vida eterna. Como libera al hombre de la materia, lo hace semejante a los ángeles. Incluso tiene por efecto hacer que su cuerpo se parezca cada vez más al alma, y ​​que el alma se parezca cada vez más a Dios.

Cuando el cuerpo vive sólo para el alma, tiende de hecho a parecerse a ella. El alma es una sustancia espiritual que sólo puede ser vista inmediatamente por la mirada espiritual de Dios y de los ángeles. Es simple porque no tiene partes extendidas; es bella, sobre todo cuando guarda una intención continuamente recta, bella con la belleza de las bellas doctrinas, de las bellas acciones; es calma, en el sentido de que está por encima de todo movimiento corporal; es incorruptible o inmortal porque es simple e inmaterial, porque no depende intrínsecamente de un cuerpo perecedero.

Por la pureza el cuerpo se vuelve espiritual, por así decirlo; de vez en cuando deja brillar el alma a través de la mirada especialmente, como la mirada de un santo en oración. Por esta virtud el cuerpo se vuelve simple: en la misma proporción en que es compleja la actitud de una mujer mundana, en la misma proporción es simple la de una virgen. 1

Como alguien ha dicho:

"Hay dos seres muy simples: el niño, que aún no conoce el mal; y el santo, que lo ha olvidado a fuerza de vencerlo".

Por la pureza, el niño se vuelve hermoso, porque todo lo que es puro es hermoso: por ejemplo, un cielo sin nubes, un diamante a través del cual la luz pasa sin ningún obstáculo. Así los cuerpos de los santos representados en los frescos del P. Angelico tiene una belleza sobrenatural que es la de un alma entregada enteramente a Dios. Por la pureza el cuerpo se vuelve tranquilo y, en cierto modo, hasta incorruptible; mientras que el vicio marchita, devasta y mata prematuramente el cuerpo, la virginidad lo conserva.


  • 1 Padre Reginald Garrigou-Lagrange, OP, Las tres edades de la vida interior, (St. Louis: B. Herder Book Co., 1948), p.111.

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