San Alfonso Rodríguez
Fiesta 30 de octubre
Alfonso era el tercer hijo de un comerciante acomodado de Segovia. Conoció a los jesuitas temprano cuando el Beato Pedro Fabre y otro se quedaron con ellos por un tiempo, ya los catorce años fue enviado a Alcalá para estudiar con la Orden.
Pero su padre murió pronto y él continuó con el negocio con su madre. A los veintitrés años, cuando su madre se jubilaba, lo dirigía solo. Se casó con María Suárez con quien tuvo dos hijos, una niña y un niño.
Pero el negocio empezó a ir mal, luego murió su hijita y después, su esposa. Dos años más tarde murió su madre, y esta sucesión de desgracias hizo que Alfonso pensara en lo que Dios podría estar llamándolo.
Tras vender su negocio, se mudó con sus dos hermanas, mujeres piadosas que lo iniciaron en la práctica de la oración meditativa, a la que se dedicó asiduamente.
A los pocos años murió también su hijo, y repartiendo todo lo que le quedaba entre sus hermanas y los pobres de Segovia, se dirigió a los jesuitas. Como tenía cuarenta años y no estaba muy fuerte de salud, fue rechazado. Con el apoyo de un amigo, el Padre Luis Santander, SJ, se inscribió en la escuela de latín y finalmente fue aceptado en la Orden de los Jesuitas como hermano lego.
Enviado al Colegio de Montefiascone en la isla de Mallorca, fue nombrado portero. Cumplió este deber hasta que fue demasiado viejo y enfermo. En este cargo fue conocido por todos: clérigos, nobles, estudiantes, profesionales, pobres, comerciantes, etc. Todos llegaron a respetar y amar a fr. Alfonso. Uno de sus “discípulos” fue San Pedro Claver.
Fiesta: 30 de octubre
Escribió muchos manuscritos sobre la vida espiritual, que, después de su muerte, se publicaron como “Obras Espirituales del Beato Alfonso Rodríguez”.
En octubre de 1617 Alfonso intuyó que se acercaba su fin. Después de recibir la Sagrada Comunión el 29 de octubre, todo dolor de mente y cuerpo lo abandonó. Yació en un éxtasis ininterrumpido hasta la medianoche del 31 de octubre, cuando comenzó una terrible agonía. Después de media hora volvió a estar en paz. Mirando amorosamente a sus hermanos, besó el crucifijo, gritó “Jesús” y murió.
Fue canonizado en 1888 con San Pedro Claver.
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