San Toribio De Mogrovejo

Fiesta 23 de marzo
Nacido en Mayorga de Campos, cerca de Valladolid, de una noble familia española, y llamado así por el santo del siglo V, Turibio de Astorga, Toribio no tenía la intención de ser sacerdote, aunque su familia era notablemente religiosa.
Para su carrera profesional escogió la abogacía en cuya práctica brilló. Como profesor de derecho en la Universidad de Salamanca, llamó la atención del rey Felipe II, quien lo nombró inquisidor general.
Cuando quedó vacante la sede del arzobispado de Lima en Perú, el rey recurrió al juez Toribio de Mogrovejo como el único hombre con suficiente fuerza de carácter para frenar los escándalos en la colonia. Sorprendido ante la perspectiva, oró y, por escrito al rey, alegó su propia incapacidad y otros impedimentos canónicos, entre ellos el canon que prohibía a los laicos ser promovidos a tales dignidades.
Finalmente, obligado por la obediencia, Toribio aceptó el cargo. Después de un tiempo adecuado de preparación, fue ordenado sacerdote, consagrado obispo e inmediatamente propuesto para la Arquidiócesis de Lima. Tenía cuarenta y tres años de edad.
Al llegar a la capital peruana en 1581, pronto asumió la ardua tarea que le encomendó la Divina Providencia. La actitud de los conquistadores españoles hacia los nativos fue abusiva, y el clero fue a menudo el ofensor más notorio.
Su primera iniciativa fue restaurar la disciplina eclesiástica, mostrándose inflexible ante los escándalos clericales. Sin respeto a personas ni rango, Toribio reprendió el vicio y la injusticia y defendió la causa de los indígenas. Logró erradicar algunos de los peores abusos y fundó muchas iglesias, conventos y hospitales, así como el primer seminario del Nuevo Mundo.
Aprendiendo los dialectos locales, viajó a lo largo de su enorme diócesis (170.000 millas cuadradas), a menudo a pie y solo, atravesando los Andes difíciles, enfrentándose a todo tipo de obstáculos de la naturaleza y los hombres. Bautizó y confirmó a medio millón de almas, incluyendo a Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres y San Juan Massias.
A partir de 1590 contó con la gran ayuda de otro celoso misionero, San Francisco Solano.
Años antes de morir, había predicho su propia muerte. En Pacasmayo contrajo fiebre pero trabajó hasta el final. Arrastrándose hasta el santuario de Sana, recibió el Santo Viático y murió poco después, el 23 de marzo, mientras los que lo rodeaban cantaban el salmo: “Me regocijé por las cosas que me dijeron: Entraremos en la casa del Señor”. .
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