Teófilo: El Prelado Que Vendió Su Alma Al Diablo
Como enclaves en las ciudades europeas modernas, las catedrales medievales se elevan hasta los cielos como gigantes de piedra, desafiando el trabajo persistente del tiempo y el clima. Fueron construidos por almas llenas de fervor que quisieron inmortalizar su Fe a lo largo de los siglos.
Catedrales: el Evangelio grabado en piedra
Estas catedrales, testigos silenciosos de sucesivas épocas históricas, constituyen una instrucción viva de la sabiduría de la Santa Iglesia Católica. En sus esculturas de piedra y delicados vitrales, reflejan el orden ideal del universo establecido por Dios. Por eso, las catedrales fueron llamadas “las Biblias de los pobres”.
En estas nuevas Biblias de piedra y cristal, los artistas del pasado han tallado innumerables parábolas enseñando de manera viva las virtudes que debe practicar un fiel católico. Entre estas historias talladas en piedra hay una sobre Teófilo. El episodio tuvo lugar en Sicilia y dio origen a una famosa leyenda que inspiró "El milagro de Teófilo", una de las obras más famosas de la literatura medieval.
Volviendo a Black Magic en busca de respuestas
A medianoche, las calles estrechas y tortuosas de la ciudad estaban vacías. Oculto en su túnica negra y oculto por las sombras de la noche, Theophilus se escabulló hasta la puerta de una casa lúgubre en un barrio periférico. Poco después, fue recibido adentro por un mago que escuchó sus problemas y aflicciones.
"No", le señaló el mago. “Mi alquimia no puede hacer nada en un caso tan delicado”.
¿Cuál era el problema de Teófilo? Como párroco en una próspera diócesis de Sicilia, durante mucho tiempo había administrado las propiedades de la Iglesia con cuidado y dedicación, facilitando a su obispo el gobierno de las almas.
Sin embargo, para gran tristeza de los fieles, un día el obispo murió. ¿Quién se convertiría en el nuevo obispo? "¡Teófilo, por supuesto!" todos declararon. Cuando se le ofreció el honor, Teófilo declinó con sencillez, afirmando que su vocación era seguir siendo párroco.
Finalmente, se instaló un nuevo obispo en esa diócesis. Pero el prelado no confiaba en Teófilo y lo despidió poco después.
La desesperación y el artificio del diablo
La tristeza y la desolación invadieron el alma del sacerdote. Mientras deambulaba por las calles del pueblo el diablo le susurró: “¡Que pierdas tu puesto! ¡Perder tu carrera! ¿Cómo pudieron hacerte esto, Teófilo? ¡No puedes dejar que esta situación se mantenga!”
Fue en este estado de ánimo que el desafortunado sacerdote llamó a la puerta del mago. Este último, sin embargo, le dijo que la solución no es fácil.
“Solo hay una salida”, dijo el mago, “para invocar la ayuda de los poderes malignos”.
Theophilus vaciló por un momento, pero el resentimiento devoró su corazón. Finalmente aceptó la propuesta. Invocado por el mago, el diablo apareció inmediatamente en toda su fealdad.
En medio de gritos, blasfemias y palabras groseras, Satanás le dictó a Teófilo los términos de su contrato que debía ser escrito en pergamino con la propia sangre de Teófilo y sellado con su anillo. Debía renunciar a la fe católica, a la Iglesia, a la Santísima Virgen ya Nuestro Señor Jesucristo.
Ganar el mundo a costa de la pérdida de su alma
Esta infame escena está grabada en piedra sobre la puerta que conduce al claustro de la Catedral de Notre Dame en París.
Arrodillado, el ex párroco rinde homenaje y promete obediencia al diablo que aparece como una figura monstruosa. Como en una ceremonia medieval de vasallaje, en la que el vasallo prometía obediencia a su señor, Teófilo juntaba las manos, palma con palma, y el diablo se las juntaba con las suyas, dando a entender que protegería a la persona que se ponía bajo su autoridad.
Teófilo pronto recuperó su puesto. La fortuna y los placeres le sonreían, pero un gran malestar atormentaba su alma. Sintió como si una mano invisible le estrujara el corazón.
Además, se sentía sumamente infeliz con la simple idea de que algún día su felicidad se acabaría. Sobre todo, estaba aterrorizado con el conocimiento de quién era su maestro.
El remordimiento y el perdón de Nuestra Señora
Incapaz de soportar más esa situación, Teófilo entró en la iglesia y se arrojó a los pies de la Santísima Virgen y lloró amargamente por su pecado. Hizo esto durante cuarenta días consecutivos, renovando sus súplicas y pidiendo perdón.
Una tarde se le apareció Nuestra Señora y le reprochó severamente el hecho infame que había cometido. Siempre entre lágrimas, Teófilo imploraba misericordia a la Madre de Dios, recordándole tantos ejemplos de pecadores como David, Rey y Profeta; Santa María Magdalena; y San Pedro. Nuestra Señora dijo que lo perdonaría por haberla negado, pero que no podía perdonarlo por haber negado a Su Hijo.
Teófilo oró con fervor, pero no se atrevió a dirigirse a Nuestro Señor, sino que le pidió a Nuestra Señora que intercediera por él.
La Santísima Virgen le recordó que, antes que nada, había que recuperar el contrato que había firmado con el diablo. El contrato estaba en el infierno, dijo Ella, y Cristo no iría a un lugar tan espantoso para conseguirlo. Finalmente, llena de misericordia, Nuestra Señora decidió recuperar el contrato Ella Misma.
Durante tres días, Teófilo yació postrado en el suelo. Entonces, la Virgen Inmaculada se apareció nuevamente y le entregó el contrato como símbolo de Su perdón.
Nuestra Señora, icono de fuerza y fortaleza
Este apogeo de la misericordia de la Madre de Dios está representado en la impresionante ilustración. Mientras el sacerdote arrepentido reza con fervor, la Santísima Virgen con espada en mano –modelo de fortaleza– obliga al diablo a devolver el pergamino. En este cuadro, Teófilo muestra confianza y calma; Nuestra Señora aparece llena de fuerza y protección maternal; y el diablo muestra un odio cínico y una profunda desesperación.
Sin embargo, este no es el final de la historia. Después de la misa dominical, que fue celebrada por el obispo, Teófilo confesó públicamente sus pecados. El pergamino maldito fue quemado mientras la gente cantaba en acción de gracias. Tres días después murió Teófilo, consolado por los Santos Sacramentos, y fue sepultado en esa misma iglesia.
*Adoptado de Crusade for a Christian Civilization Magazine, vol. 7, número 6, noviembre-diciembre de 1977
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